Leyendo el Nietzsche de Gilles: Contra sus Predecesores
¿Qué significa «voluntad de poder»? No, desde luego, que la voluntad quiera el poder, que desee o busque el poder como un fin, ni que el poder sea su móvil. La expresión «desear el poder» encierra el mismo absurdo que la de «querer vivir»: «Seguramente el que hablaba de la voluntad de vida no ha hallado la verdad, dicha voluntad no existe. Porque lo que no es no puede querer, y, ¿de qué forma lo que es en la vida podría aún desear la vida? »; «Deseo de dominar, pero ¿quién querría llamar a esto un deseo? ». Por eso, a pesar de las apariencias, Nietzsche considera que la voluntad de poder es un concepto completamente nuevo creado e introducido en la filosofía por él mismo. Con la necesaria modestia, afirma: «Concebir la psicología como yo lo hago, bajo las especies de una morfología y de una genética de la voluntad de poder, es una idea que no se le ha ocurrido a nadie, si bien es cierto que a partir de todo lo que se ha escrito, se puede adivinar también lo que ha pasado en silencio». Sin embargo, no faltan autores que, antes que Nietzsche, hablaron de una voluntad de poder o de algo similar; no faltan quienes, después de Nietzsche, volvieron a hablar de ello. Pero ni éstos son los discípulos de Nietzsche ni aquéllos sus maestros. Hablaron siempre en un sentido formalmente condenado por Nietzsche: como si el poder fuera el último objetivo de la voluntad, y también su motivo esencial. Como si el poder fuera lo que la voluntad quería. Y semejante concepción implica al menos tres contrasentidos, que comprometen a la filosofía de la voluntad en su conjunto: 1º. Se interpreta el poder como el objeto de una representación. En la expresión: la voluntad quiere el poder o desea la dominación, la relación entre la representación y el poder es tan íntima que cualquier poder es representado, y cualquier representación, es la del poder. El objetivo de la voluntad es también el objeto de la representación, e inversamente. En Hobbes, el hombre en estado natural quiere ver su superioridad representada y reconocida por los demás. En Hegel, la conciencia quiere ser reconocida por otro y representada como conciencia de sí mismo; en Adler, se trata de la representación de una superioridad, que compensa según la necesidad la existencia de una inferioridad orgánica. En todos estos casos el poder es objeto de una representación, de un reconocimiento, que supone materialmente una comparación de las conciencias. Así pues es necesario que a la voluntad de poder corresponda un motivo, que al mismo tiempo sirva de motor a la comparación: la vanidad, el orgullo, el amor propio, la ostentación, o incluso un sentimiento de inferioridad. Nietzsche pregunta: ¿quién concibe la voluntad de poder como una voluntad de hacerse reconocer? ¿quién concibe el propio poder como un reconocimiento? ¿quién quiere esencialmente representarse como superior, e incluso representar su inferioridad como una superioridad? El enfermo es quien quiere «representar la superioridad bajo cualquier forma». «El esclavo es quien intenta persuadirnos de tener una buena opinión de él; el esclavo es también quien dobla inmediatamente la rodilla ante estas opiniones, como si no hubiera sido él quien las produjo. Y lo repito, la vanidad es un atavismo». Lo que se nos presenta como el poder. Lo que se nos presenta como el señor, es la idea que de éste se hace el esclavo, es la idea que se hace el esclavo de sí mismo cuando se imagina en el lugar del señor, es el esclavo tal cual, cuando efectivamente triunfa. «Esta necesidad de alcanzar a la aristocracia es congénitamente diversa de las aspiraciones del alma aristocrática, es el síntoma más elocuente y más peligroso de su ausencia». ¿Por qué los filósofos han aceptado esta falsa imagen del señor que sólo se parece al esclavo triunfante? Todo está preparado para un juego de manos eminentemente dialéctico: habiendo introducido el esclavo en el señor, nos damos cuenta de que la verdad del señor está en el esclavo. De hecho, todo ha sucedido entre esclavos, vencedores o vencidos. La manía de representar, de ser representado, de hacerse representar; de tener representantes y representados: ésta es la manía común a todos los esclavos, la única relación que conciben entre ellos, la relación que se imponen, su triunfo. La noción de representación envenena la filosofía; es el producto directo del esclavo y de la relación de los esclavos, constituye la peor interpretación del poder, la más mediocre y la más baja; 2.º ¿En qué consiste este primer error de la filosofía de la voluntad? Cuando hacemos del poder un objeto de representación, necesariamente lo hacemos depender del factor según el cual una cosa es representada o no, es reconocida o no. Y únicamente los valores ya en curso, únicamente los valores admitidos, proporcionan criterios para el reconocimiento. Entendida como voluntad de hacerse reconocer, la voluntad de poder es necesariamente voluntad de hacerse atribuir los valores en curso en una sociedad dada (dinero, honores, poder, reputación). Pero incluso así, ¿quién concibe el poder como adquisición de valores atribuibles? «El hombre común no ha tenido nunca otro valor que el que le atribuían; no estando en absoluto habituado a fijar él mismo los valores, no se ha atribuido más que el que le era reconocido», o también que se hacía reconocer. Rousseau reprochaba a Hobbes el haber hecho del hombre en estado natural un retrato que supusiese la sociedad. Con intención muy diversa, en Nietzsche se halla un reproche análogo: toda la concepción de la voluntad de poder, desde Hobbes hasta Hegel, presupone la existencia de valores establecidos que las voluntades intentan únicamente hacerse atribuir. Esto es lo que parece sintomático en esta filosofía de la voluntad: el conformismo, el desconocimiento absoluto de la voluntad de poder como creación de nuevos valores; 3.º Todavía tenemos que preguntarnos: ¿cómo vienen atribuidos los valores establecidos? Siempre al final de un combate, de una lucha, la forma de esta lucha no tiene importancia, secreta o abierta, leal o solapada. Desde Hobbes hasta Hegel, la voluntad de poder está comprometida en un combate, precisamente porque el combate determina quiénes recibirán el beneficio de los valores en curso. Es condición de los valores establecidos ser puestos en juego en una lucha, pero es condición de la lucha referirse siempre a valores establecidos: lucha por el poder, lucha por el reconocimiento o lucha por la vida, el esquema es siempre el mismo. Y nunca insistiremos bastante sobre esto: hasta qué punto las nociones de lucha, guerra, rivalidad, o incluso de comparación son extrañas a Nietzsche y a su concepción de la voluntad de poder. No es que niegue la existencia de la lucha; pero no la considera en absoluto creadora de valores. Al menos, los únicos valores que crea son los del esclavo que triunfa: la lucha no es el principio o el motor de la jerarquía, sino el medio por el que el esclavo invierte la jerarquía. La lucha nunca es la expresión activa de las fuerzas, ni la manifestación de una voluntad de poder que afirma; como tampoco su resultado expresa el triunfo del señor o del fuerte. La lucha, al contrario, es el medio por el que los débiles prevalecen sobre los fuertes, porque son más. Por eso Nietzsche se opone a Darwin: Darwin confundió la lucha con la selección, no vio que la lucha daba un resultado contrario al que él creía; que seleccionaba, pero sólo a los débiles y aseguraba su triunfo. Demasiado bien educado para luchar, dice Nietzsche de sí mismo. A propósito de la voluntad de poder, dice todavía: «Abstracción hecha de la lucha».
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