El cuerpo es lenguaje porque es esencialmente «flexión». En la reflexión, la flexión corporal queda como desdoblada, escindida, opuesta a sí, reflejada sobre sí; aparece, en fin, por sí misma, liberada de todo lo que ordinariamente la oculta. Mas si el cuerpo es flexión, lo es el lenguaje. Y es preciso una reflexión de las palabras, una reflexión en las palabras, para que aparezca al fin liberado de todo lo que lo recubre, de todo aquello que oculta el carácter flexional de la lengua. En su admirable traducción de la Eneida, Klossowski aclara este punto: la búsqueda estilística debe hacer saltar la imagen a partir de una flexión reflejada en dos palabras, opuesta a sí, reflejada sobre sí en las palabras. Tal es la potencia positiva de un «solecismo» superior, fuerza de la poesía constituida en el choque y la copulación de las palabras. Si el lenguaje imita a los cuerpos, no lo hace mediante la onomatopeya, sino mediante la flexión. Y si el cuerpo imita al lenguaje, no es por los órganos, sino por las flexiones. También hay toda una pantomima interior al lenguaje, como un discurso, un relato interior al cuerpo. Si los gestos hablan es, en primer lugar, porque las palabras imitan a los gestos: «El poema épico de Virgilio es, en efecto, un teatro en el que las palabras imitan los gestos y el estado de ánimo de los personajes... Las palabras son las que adoptan una actitud, no el cuerpo; las palabras son las que se tejen, no las vestimentas; son ellas las que centellean, no las armaduras...» Habría mucho que decir sobre la sintaxis de Klossowski, hecha también de cascadas y de suspensos, de flexiones reflejadas. En la flexión hay esta doble «transgresión» de la que habla Klossowski: del lenguaje por la carne y de la carne por el lenguaje. Ha sabido sacar de ello un estilo, una mimética, a la vez una lengua y un cuerpo particulares.