Leyendo el Nietzsche de Gilles: El devenir-reactivo de las fuerzas






Pero, realmente, la dinámica de las fuerzas nos conduce a una desoladora conclusión. Cuando la fuerza reactiva separa a la fuerza activa de lo que ésta puede, ésta se convierte a su vez en reactiva. Las fuerzas activas devienen reactivas. Y la palabra devenir debe tomarse en su sentido más total: el devenir de las fuerzas aparece como un devenir-reactivo. ¿No hay otros devenires? Por lo menos no sentimos, no experimentamos, no conocemos otro devenir que el devenir-reactivo. No comprobamos solamente la existencia de fuerzas reactivas, comprobamos su triunfo por doquier. ¿Por qué triunfan? Por la voluntad nihilista, gracias a la afinidad de la reacción con la negación. ¿Qué es la negación? Es una cualidad de la voluntad de poder, es la que cualifica la voluntad de poder como nihilismo o voluntad de la nada, es la que constituye el devenir-reactivo de las fuerzas. No hay que decir que la fuerza activa se convierte en reactiva porque triunfan las fuerzas reactivas; al contrario, las fuerzas reactivas triunfan porque, al separar la fuerza activa de lo que ésta puede, la abandonan a la voluntad de la nada como a un devenir reactivo más profundo que ellas mismas. Por eso las figuras del triunfo de las fuerzas reactivas (resentimiento, mala conciencia, ideal ascético) son, en primer lugar, las fuerzas del nihilismo. El devenir-reactivo de la fuerza, el devenir nihilista, he aquí lo que parece esencialmente incluir la relación de la fuerza con la fuerza. ¿Hay otro devenir? Todo nos invita a «pensarlo» quizá. Pero haría falta otra sensibilidad; como dice a menudo Nietzsche, otra forma de sentir. Todavía no podemos responder a esta pregunta, sino apenas presentirla. Pero podemos preguntar por qué sólo sentimos y conocemos un devenir-reactivo. ¿No será que el hombre es esencialmente reactivo? ¿Qué el devenir-reactivo es constitutivo del hombre? El resentimiento, la mala conciencia, el nihilismo no son rasgos psicológicos, sino algo así como el fundamento de la humanidad en el hombre. Son el principio del ser humano como tal. El hombre, «enfermedad de la piel» de la tierra, reacción de la tierra... Es en esté sentido que Zarathustra habla del «gran desprecio» por los hombres, y del «gran hastío». Otra sensibilidad, otro devenir, ¿pertenecerían aún al hombre? Esta condición del hombre es de la mayor importancia para el eterno retorno. Parece comprometerlo o contaminarlo tan gravemente, que lo convierte en objeto de angustia, de repulsión o de hastío. Incluso si las fuerzas activas retornan, retornarán reactivas, eternamente reactivas. El eterno retorno de las fuerzas reactivas, aún más: el retorno del devenir-reactivo de las fuerzas. Zarathustra no presenta el pensamiento del eterno retorno únicamente como misterioso y secreto, sino como descorazonador, difícil de soportar. A la primera descripción del eterno retorno sucede una extraña visión: la de un pastor «que se retuerce, gritando y convulso, con la cara descompuesta, con una pesada serpiente negra asomando por su boca. Más tarde el propio Zarathustra explica la visión: «El gran hastío del hombre, esto era lo que me ahogó y lo que se me metió en el gaznate... Volverá eternamente, el hombre del que estás harto, el pequeño hombre... ¡Ay! el hombre volverá eternamente. Y el eterno retorno, hasta del más pequeño - era la causa de mi cansancio por toda la existencia! ¡Ay! ¡hastío, hastío, hastío!». El eterno retorno del hombre pequeño, mezquino, reactivo, no sólo hace del eterno retorno algo insoportable; hace del eterno retorno algo imposible, introduce la contradicción en el eterno retorno. La serpiente es un animal del eterno retorno; pero la serpiente se desenrolla, se convierte en «una pesada serpiente negra» y cuelga de la boca que se disponía a hablar, en la medida en que el eterno retorno es el de las fuerzas reactivas. Porque, ¿cómo el eterno retorno, ser del devenir, podría afirmarse en un devenir nihilista? Para afirmar el eterno retorno hay que cortar y arrojar la cabeza de la serpiente. Entonces el pastor ya no es ni hombre ni pastor: «estaba transformado, aureolado, ¡reía! Nunca un hombre había reído sobre la tierra como aquél». Otro devenir, otra sensibilidad: el superhombre.



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