Uno de los textos más importantes de los escritos por Nietzsche para explicar lo que entendía por voluntad de poder es el siguiente: «Este concepto victorioso de la fuerza, mediante el cual nuestros físicos han creado a Dios y al universo, requiere un complemento; hay que atribuirle un poder interno que yo llamaré la voluntad de poder». Así, la voluntad de poder le ha sido atribuida a la fuerza, pero de un modo muy particular: es a la vez complemento de la fuerza y algo interno. No le ha sido atribuida como un predicado. En efecto, sin formularnos la pregunta ¿Quién? no podemos responder que la fuerza sea quien quiera. Sólo la voluntad de poder es quien quiere, no permite ser delegada ni alienada en otro sujeto, aunque sea la fuerza. Pero, entonces, ¿cómo puede ser atribuida? Recordemos que la fuerza mantiene una relación esencial con la fuerza. Recordemos que la esencia de la fuerza es su diferencia de cantidad con otras fuerzas y que esta diferencia se expresa como cualidad de la fuerza. Y así entendida, la diferencia de cantidad remite necesariamente a un elemento diferencial de las fuerzas en relación, el cual es también el elemento genético de dichas fuerzas. La voluntad de poder es: el elemento genealógico de la fuerza, diferencial y genético a la vez. La voluntad de poder es el elemento del que se desprenden a un tiempo la diferencia de cantidad de las fuerzas en relación, y la cualidad que, en esta relación, corresponde a cada fuerza.
Aquí revela su naturaleza la voluntad de poder: es el principio de la síntesis de las fuerzas. En esta síntesis, que se refiere al tiempo, es donde las fuerzas vuelven a pasar por las mismas diferencias o donde se reproduce lo diverso. La síntesis es la de las fuerzas, de su diferencia y de su reproducción; el eterno retorno es la síntesis cuyo principio es la voluntad de poder. No hay que asombrarse de la palabra «voluntad»: ¿quién, sino la voluntad, es capaz de servir como principio a una síntesis de fuerzas determinando la relación de la fuerza con la fuerza? Pero, ¿en qué sentido hay que tomar la palabra «principio»? Nietzsche reprocha a los principios el ser siempre demasiado generales en relación a lo que condicionan, el tener siempre las redes demasiado abiertas en relación a lo que pretenden capturar o solucionar. Le gusta oponer la voluntad de poder al querer-vivir schopenhauriano, aunque sólo sea en función de la extrema generalidad de éste. Si, al contrario, la voluntad de poder es un buen principio, si reconcilia al empirismo con los principios, si constituye un empirismo superior, es porque es un principio esencialmente plástico, que no es más amplio que lo que condiciona, que se metamorfosea con lo condicionado, que se determina en cada caso con lo que determina. En efecto, la voluntad de poder no se puede separar nunca de tal o cual fuerza determinada, de sus cantidades, de sus cualidades, de sus direcciones; nunca superior a las determinaciones que opera en una relación de fuerzas, siempre plástica y en metamorfosis.
Inseparable no quiere decir idéntico. La voluntad de poder no puede ser separada de la fuerza sin caer en la abstracción metafísica. Pero el riesgo de confundir la fuerza y la voluntad es aún mayor: dejamos de entender la fuerza como fuerza, caemos en el mecanicismo, olvidamos la diferencia de las fuerzas que constituye su ser, ignoramos el elemento del que deriva su génesis recíproca. La fuerza es quien puede, la voluntad de poder es quien quiere. ¿Qué significa semejante distinción? El texto citado anteriormente nos invita a comentar cada palabra. El concepto de fuerza es victorioso por naturaleza, porque la relación de la fuerza con la fuerza, tal como está entendida en el concepto, es la de la dominación: de dos fuerzas en relación, una es dominante; la otra, dominada. (Incluso Dios y el universo se hallan en una relación de dominación, por muy discutible que sea en este caso la interpretación de semejante relación). Sin embargo este concepto victorioso de la fuerza requiere un complemento, y este complemento es algo interno, un querer interno. Sin esta adición no sería victorioso. Las relaciones de fuerzas permanecen indeterminadas, hasta que no se le añade a la propia fuerza un elemento capaz de determinarlas desde un doble punto de vista. Las fuerzas en relación remiten a una doble génesis simultánea: génesis recíproca de su diferencia de cantidad, génesis absoluta de su cualidad respectiva. La voluntad de poder, pues, se suma a la fuerza, pero como elemento diferencial y genético, como elemento interno de su producción. En su naturaleza no hay nada de antropomórfico. Para ser más precisos: la voluntad de poder se suma a la fuerza el principio interno de la determinación de su cualidad en una relación (x+dx), y como el principio interno de la determinación cuantitativa de esta misma relación (dx/dy). La voluntad de poder debe ser llamada a la vez elemento genealógico de la fuerza y de las fuerzas. Así pues, cuando una fuerza se apodera de otras, las domina, o las rige, es siempre por la voluntad de poder. Y más aún, la voluntad de poder (dy) es quien hace que una fuerza obedezca en una relación; obedece por la voluntad de poder. En un cierto sentido hemos hallado la relación entre el eterno retorno y la voluntad de poder, pero no la hemos elucidado ni analizado. La voluntad de poder es a la vez el elemento genético de la fuerza y el principio de la síntesis de las fuerzas. Pero no hemos llegado aún a comprender que esta síntesis dé lugar al eterno retorno ni que las fuerzas, en esta síntesis y conforme a su principio, se reproduzcan necesariamente. Como compensación, la existencia de este problema revela un aspecto históricamente importante de la filosofía de Nietzsche: su situación compleja respecto al kantismo. El concepto de síntesis se halla en el centro del kantismo, es su descubrimiento particular. Y es sabido que los postkantianos reprocharon a Kant, desde dos puntos de vista, el haber comprometido este descubrimiento: desde el punto de vista del principio que regía la síntesis y desde el punto de vista de la reproducción de los objetos en la propia síntesis. Reclamaban un concepto que no fuera sólo condicionante en relación a los objetos, sino verdaderamente genético y productor (principio de diferencia o de determinación interna); denunciaban en Kant la supervivencia de armonías milagrosas entre términos que permanecían exteriores. A un principio de diferencia o de determinación interna, exigían una razón no sólo para la síntesis, sino también para la reproducción de lo diverso en la síntesis como tal. Y si Nietzsche se insiere en la historia del kantismo es por la manera original con la que participa en estas exigencias postkantianas. Hizo de la síntesis una síntesis de las fuerzas; ya que, si no se veía que la síntesis era una síntesis de fuerzas, se desconocía su sentido, su naturaleza y su contenido. Entendió la síntesis de las fuerzas como el eterno retorno, hallando así en el centro de la síntesis la reproducción de lo diverso. Asignó el principio de la síntesis, la voluntad de poder, y determinó esta última como el elemento diferencial y genético de las fuerzas presentes. Dejando para más adelante verificar mejor esta suposición, creemos que en Nietzsche había, además de una descendencia kantiana, una rivalidad, semi-confesada, semi-oculta. En relación a Kant, Nietzsche no tiene la misma posición que Schopenhauer: no intenta llevar a cabo, como hizo Schopenhauer, una interpretación que se propondría arrancar al kantismo de sus avatares dialécticos y abrirle nuevas salidas. Ya que, para Nietzsche, los avatares dialécticos no proceden del exterior y tienen, por primera causa, las insuficiencias de la crítica. Lo que Nietzsche parece haber buscado (y encontrado en «el eterno retorno» y en «la voluntad de poder») es una transformación radical del kantismo, una reinvención de la crítica que Kant traicionaba y concebía a un tiempo y una recuperación del proyecto crítico sobre nuevas bases y con nuevos conceptos.
Aquí revela su naturaleza la voluntad de poder: es el principio de la síntesis de las fuerzas. En esta síntesis, que se refiere al tiempo, es donde las fuerzas vuelven a pasar por las mismas diferencias o donde se reproduce lo diverso. La síntesis es la de las fuerzas, de su diferencia y de su reproducción; el eterno retorno es la síntesis cuyo principio es la voluntad de poder. No hay que asombrarse de la palabra «voluntad»: ¿quién, sino la voluntad, es capaz de servir como principio a una síntesis de fuerzas determinando la relación de la fuerza con la fuerza? Pero, ¿en qué sentido hay que tomar la palabra «principio»? Nietzsche reprocha a los principios el ser siempre demasiado generales en relación a lo que condicionan, el tener siempre las redes demasiado abiertas en relación a lo que pretenden capturar o solucionar. Le gusta oponer la voluntad de poder al querer-vivir schopenhauriano, aunque sólo sea en función de la extrema generalidad de éste. Si, al contrario, la voluntad de poder es un buen principio, si reconcilia al empirismo con los principios, si constituye un empirismo superior, es porque es un principio esencialmente plástico, que no es más amplio que lo que condiciona, que se metamorfosea con lo condicionado, que se determina en cada caso con lo que determina. En efecto, la voluntad de poder no se puede separar nunca de tal o cual fuerza determinada, de sus cantidades, de sus cualidades, de sus direcciones; nunca superior a las determinaciones que opera en una relación de fuerzas, siempre plástica y en metamorfosis.
Inseparable no quiere decir idéntico. La voluntad de poder no puede ser separada de la fuerza sin caer en la abstracción metafísica. Pero el riesgo de confundir la fuerza y la voluntad es aún mayor: dejamos de entender la fuerza como fuerza, caemos en el mecanicismo, olvidamos la diferencia de las fuerzas que constituye su ser, ignoramos el elemento del que deriva su génesis recíproca. La fuerza es quien puede, la voluntad de poder es quien quiere. ¿Qué significa semejante distinción? El texto citado anteriormente nos invita a comentar cada palabra. El concepto de fuerza es victorioso por naturaleza, porque la relación de la fuerza con la fuerza, tal como está entendida en el concepto, es la de la dominación: de dos fuerzas en relación, una es dominante; la otra, dominada. (Incluso Dios y el universo se hallan en una relación de dominación, por muy discutible que sea en este caso la interpretación de semejante relación). Sin embargo este concepto victorioso de la fuerza requiere un complemento, y este complemento es algo interno, un querer interno. Sin esta adición no sería victorioso. Las relaciones de fuerzas permanecen indeterminadas, hasta que no se le añade a la propia fuerza un elemento capaz de determinarlas desde un doble punto de vista. Las fuerzas en relación remiten a una doble génesis simultánea: génesis recíproca de su diferencia de cantidad, génesis absoluta de su cualidad respectiva. La voluntad de poder, pues, se suma a la fuerza, pero como elemento diferencial y genético, como elemento interno de su producción. En su naturaleza no hay nada de antropomórfico. Para ser más precisos: la voluntad de poder se suma a la fuerza el principio interno de la determinación de su cualidad en una relación (x+dx), y como el principio interno de la determinación cuantitativa de esta misma relación (dx/dy). La voluntad de poder debe ser llamada a la vez elemento genealógico de la fuerza y de las fuerzas. Así pues, cuando una fuerza se apodera de otras, las domina, o las rige, es siempre por la voluntad de poder. Y más aún, la voluntad de poder (dy) es quien hace que una fuerza obedezca en una relación; obedece por la voluntad de poder. En un cierto sentido hemos hallado la relación entre el eterno retorno y la voluntad de poder, pero no la hemos elucidado ni analizado. La voluntad de poder es a la vez el elemento genético de la fuerza y el principio de la síntesis de las fuerzas. Pero no hemos llegado aún a comprender que esta síntesis dé lugar al eterno retorno ni que las fuerzas, en esta síntesis y conforme a su principio, se reproduzcan necesariamente. Como compensación, la existencia de este problema revela un aspecto históricamente importante de la filosofía de Nietzsche: su situación compleja respecto al kantismo. El concepto de síntesis se halla en el centro del kantismo, es su descubrimiento particular. Y es sabido que los postkantianos reprocharon a Kant, desde dos puntos de vista, el haber comprometido este descubrimiento: desde el punto de vista del principio que regía la síntesis y desde el punto de vista de la reproducción de los objetos en la propia síntesis. Reclamaban un concepto que no fuera sólo condicionante en relación a los objetos, sino verdaderamente genético y productor (principio de diferencia o de determinación interna); denunciaban en Kant la supervivencia de armonías milagrosas entre términos que permanecían exteriores. A un principio de diferencia o de determinación interna, exigían una razón no sólo para la síntesis, sino también para la reproducción de lo diverso en la síntesis como tal. Y si Nietzsche se insiere en la historia del kantismo es por la manera original con la que participa en estas exigencias postkantianas. Hizo de la síntesis una síntesis de las fuerzas; ya que, si no se veía que la síntesis era una síntesis de fuerzas, se desconocía su sentido, su naturaleza y su contenido. Entendió la síntesis de las fuerzas como el eterno retorno, hallando así en el centro de la síntesis la reproducción de lo diverso. Asignó el principio de la síntesis, la voluntad de poder, y determinó esta última como el elemento diferencial y genético de las fuerzas presentes. Dejando para más adelante verificar mejor esta suposición, creemos que en Nietzsche había, además de una descendencia kantiana, una rivalidad, semi-confesada, semi-oculta. En relación a Kant, Nietzsche no tiene la misma posición que Schopenhauer: no intenta llevar a cabo, como hizo Schopenhauer, una interpretación que se propondría arrancar al kantismo de sus avatares dialécticos y abrirle nuevas salidas. Ya que, para Nietzsche, los avatares dialécticos no proceden del exterior y tienen, por primera causa, las insuficiencias de la crítica. Lo que Nietzsche parece haber buscado (y encontrado en «el eterno retorno» y en «la voluntad de poder») es una transformación radical del kantismo, una reinvención de la crítica que Kant traicionaba y concebía a un tiempo y una recuperación del proyecto crítico sobre nuevas bases y con nuevos conceptos.
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