El problema de las relaciones de Nietzsche con la ciencia ha sido mal planteado. Se actúa como si estas relaciones dependiesen de la teoría del eterno retorno, como si Nietzsche se interesase por la ciencia (y aun así vagamente) cuando le favorecía el eterno retorno, y se desinteresase de ella cuando se le oponía. Y no es así; el origen de la posición crítica de Nietzsche en relación a la ciencia debe buscarse en una dirección completamente opuesta, aunque esta dirección nos abra un punto de vista sobre el eterno retorno. Es cierto que Nietzsche posee poca competencia y poco amor por la ciencia. Pero lo que le aparta de la ciencia es una tendencia, una manera de pensar. Con razón o sin ella, Nietzsche cree que la ciencia, cuando afronta la cantidad, tiende siempre a igualar las cantidades, a compensar las desigualdades. Nietzsche, crítico de la ciencia, jamás invoca los derechos de la cualidad frente a la cantidad; invoca los derechos de la diferencia de cantidad contra la igualdad, los derechos de la desigualdad contra la igualdad, los derechos de la desigualdad contra la igualdad de las cantidades. Nietzsche concibe una «escala numeral y cuantitativa», cuyas divisiones, sin embargo, no son múltiplos o divisores unas de otras. Esto es precisamente lo que denuncia en la ciencia: la manía científica de buscar compensaciones, el utilitarismo y el igualitarismo propiamente científicos. Por eso toda su crítica está basada en tres planos: contra la identidad lógica, contra la igualdad matemática, contra el equilibrio físico. Contra las tres formas de lo indeferenciado. Según Nietzsche, es inevitable que la ciencia falle y comprometa la verdadera teoría de la fuerza.
¿Qué significa esta tendencia a reducir las diferencias de cantidad? En primer lugar, expresa la forma en que la ciencia participa del nihilismo del pensamiento moderno. El esfuerzo para negar las diferencias forma parte de esta empresa más general consistente en negar la vida, en depreciar la existencia, en prometerle una muerte (calorífica o de otro tipo), donde el universo se abisma en lo indiferenciado. Lo que Nietzsche reprocha a los conceptos físicos de materia, pesadez y calor, es el ser también los factores de un igualamiento de cantidades, los principios de una «adiaphoria». En este sentido, Nietzsche demuestra que la ciencia pertenece al ideal ascético y le sirve a su manera. Pero también nosotros debemos buscar cuál es el instrumento de este pensamiento nihilista. La respuesta es: la ciencia, por vocación, entiende los fenómenos a partir de las fuerzas reactivas y los interpreta desde este punto de vista. La física es reactiva, como lo es también la biología; siempre las cosas vistas desde el lado pequeño, desde el lado de las reacciones. El instrumento del pensamiento nihilista es el triunfo de las fuerzas reactivas. Y es también el principio de las manifestaciones del nihilismo: la física reactiva es una física del resentimiento, al igual que la biología reactiva, es una biología del resentimiento. Pero, porqué es precisamente la única consideración de las fuerzas reactivas la que conduce a negar la diferencia en la fuerza, de qué manera actúa como principio del resentimiento, no lo sabemos todavía. Ocurre que la ciencia, según el punto de vista en que se coloca, afirma o niega el eterno retorno. Pero la afirmación mecanicista del eterno retorno y su negación termodinámica tienen algo en común: se trata de la conservación de la energía, siempre interpretada de tal manera que las cantidades de energía no sólo tienen una suma constante, sino que anulan sus diferencias. En ambos casos se pasa de un principio de finitud (constancia de una suma) a un principio nihilista (anulación de las diferencias de cantidades cuya suma es constante). La idea mecanicista afirma el eterno retorno, pero suponiendo que las diferencias de cantidad se compensan o se anulan entre el estado inicial y el estado final de un sistema reversible. El estado final es idéntico al estado inicial que se supone indiferenciado en relación a los intermediarios. La idea termodinámica niega el eterno retorno, pero porque descubre que las diferencias de cantidad se anulan únicamente en el estado final del sistema, en función de las propiedades del calor. Se mantiene la identidad en el estado final indiferenciado, y se la opone a la diferenciación del estado inicial. Ambas concepciones tienen en común la misma hipótesis, la de un estado final o terminal, estado terminal del devenir. Ser o nada, ser o no-ser igualmente indiferenciados: las dos concepciones se reúnen en la idea de un devenir con estado final. «En términos metafísicos, si el devenir podía desembocar en el ser o en la nada...». Por eso el mecanicismo no consigue plantear la existencia del eterno retorno, como tampoco la termodinámica consigue negarla. Los dos la rozan, caen en la indiferencia, recaen en lo idéntico. El eterno retorno, según Nietzsche, no es de ningún modo un pensamiento de lo idéntico, sino un pensamiento sintético, pensamiento de lo absolutamente diferente que reclama un principio nuevo fuera de la ciencia. Este principio es el de la reproducción de lo diverso como tal, el de la repetición de la diferencia: lo contrario de la «adiaphoria». Y, en efecto, no entendemos el eterno retorno hasta que no hacemos de él una consecuencia o una aplicación de la identidad. El eterno retorno no es la permanencia del mismo, el estado del equilibrio ni la morada de lo idéntico. En el eterno retorno, no es lo mismo o lo uno que retornan, sino que el propio retorno es lo uno que se dice únicamente de lo diverso y de lo que difiere.
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