No pueden ser exageradas las primeras semejanzas entre Nietzche y Mallarmé.Éstas se apoyan en cuatro puntos principales y ponen en juego todo el aparato de las imágenes: 1.º Pensar es producir un lanzamiento de dados. Sólo un lanzamiento, a partir del azar, podría afirmar la necesidad, y producir «el único número que no puede ser otro». Se trata de una sola tirada, no de un éxito en varias tiradas: únicamente la combinación, victoriosa de un golpe puede garantizar el volver a tirar. Los dados lanzados son como el mar y las olas (pero Nietzsche diría: como la tierra y el fuego). Los dados al caer son una constelación, sus puntos forman el número «producto estelar». La mesa del lanzamiento es, pues, doble, mar del azar y cielo de la necesidad, medianoche-mediodía. Medianoche, hora en que se tiran los dados...; 2.º El hombre no sabe jugar. Incluso el hombre superior es incapaz de producir el lanzamiento de dados. El señor es viejo, no sabe lanzar los dados sobre el mar y en el cielo. El viejo señor es «un puente», algo que debe ser superado. Una «sombra pueril», pluma o ala, se posa en la toca de un adolescente, «estatura graciosa, tenebrosa y alzada en torsión de sirena», apta para recoger la tirada. ¿Es el equivalente de Dionysos-niño, ó incluso de los niños de las islas bienaventuradas, hijos de Zarathustra?Mallarmé presenta a Igitur invocando a sus antepasados que no son el hombre sino los Flohim: raza que ha sido pura, que «ha llevado a lo absoluto su pureza, para serlo, y no dejar de ella más que una idea que conduzca a la necesidad»; 3.º No sólo el lanzar los dados es un acto irrazonable e irracional, absurdo y sobrehumano, sino que, al mismo tiempo, constituye la tentativa trágica y el pensamiento trágico por excelencia. La idea mallarmeana del teatro, las célebres correspondencias y ecuaciones entre «drama», «misterio», «himno», «héroe», testimonian una reflexión equiparable en apariencia a la del Origen de la Tragedia, aunque no sea más que por la eficaz sombra de Wagner como común predecesor; 4.º El númeroconstelación es, o podría ser el libro, la obra de arte, como finalidad y justificación del mundo. (Nietzsche escribía a propósito de la justificación estética de la existencia: se puede ver en el artista «como la necesidad y el juego, el conflicto y la armonía, se acoplan para engendrar la obra de arte»). Y el número fatal y sideral produce la nueva tirada, del mismo modo que el libro es a la vez único y móvil. La multiplicidad de los sentidos y de las interpretaciones es explícitamente afirmada por Mallarmé; pero es el correlativo de otra afirmación, la de la unidad del libro o del texto «incorruptible como la ley». El libro es el ciclo y la ley presente en el devenir. Por muy precisas que sean, estas semejanzas son superficiales. Porque Mallarmé ha concebido siempre la necesidad como abolición del azar. Mallarmé concibe el lanzamiento de dados de manera que el azar y la necesidad se oponen como dos términos, de los que el segundo debe negar al primero, y de los que el primero sólo puede hacer fracasar al segundo. La tirada sólo se consigue si se anula el azar; precisamente fracasa porque, en alguna manera, el azar aún subsiste: «Por el solo hecho de realizarse (la acción humana) utiliza los medios del azar». Por eso el número salido de la tirada todavía es azar. A menudo se ha observado que el poema de Mallarmé se insiere en el viejo pensamiento metafísico de una dualidad de mundos; el azar es como la existencia que debe ser negada, la necesidad como el carácter de la idea pura o de la eterna esencia.Hasta el punto que la última esperanza de la tirada, es que halle su modelo inteligible en el otro mundo, llevada por una constelación a «alguna superficie vacante y superior», donde el azar no exista. Finalmente, la constelación es menos el producto de la tirada que su paso al límite o al otro mundo. No nos preguntaremos cuál es el aspecto que predomina en Mallarmé, el de la depreciación de la vida o el de la exaltación de lo inteligible. En una perspectiva nietzscheana ambos aspectos son inseparables y constituyen propiamente el «nihilismo», es decir la manera en que la vida es acusada, juzgada, condenada. Todo el resto se desprende de ahí; la raza de Igitur no es el superhombre, sino una emanación del otro mundo. La estatura graciosa no es la de los niños de las islas bienaventuradas, sino la de Hamlet «príncipe amargo del escollo», al que Mallarmé llama en otra parte «señor latente que no puede devenir». Herodíade no es Ariana, sino la glacial criatura del resentimiento y de la mala conciencia, el espíritu que niega la vida, perdido en sus agrios reproches a la Nodriza. La obra de arte para Mallarme es «justa», pero su justicia no es la de la existencia, es todavía una justicia acusatoria que niega la vida, que supone su fracaso y su impotencia. Hasta el ateísmo de Mallarme es curioso, puesto que va a buscar en la misa un modelo del teatro soñado: la misa, no el misterio de Dionysos... Realmente, rara vez se lleva tan lejos, y en todas direcciones, la eterna empresa de depreciar la vida. Mallarmé es el lanzamiento de dados, pero visto por el nihilismo, interpretado en las perspectivas de la mala conciencia o del resentimiento. Y la tirada de dados no es nada, alejada de su contexto afirmativo y apreciativo, alejada de la inocencia y de la afirmación del azar. El lanzamiento de dados no es nada si en él se oponen el azar y la necesidad.
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