Leyendo el Nietzsche de Gilles: Consecuencias para el eterno retorno.

Cuando los dados lanzados afirman una vez el azar, los dados que caen afirman necesariamente el número o el destino que acompaña a la tirada. Es en este sentido que el segundo momento del juego también es el conjunto de los dos momentos o el jugador que vale por el conjunto.
El eterno retorno es el segundo momento, el resultado de la tirada, la afirmación de la necesidad, el número que reúne todos los miembros del azar, pero también el retorno del primer momento, la repetición de la tirada, la reproducción y la re-afirmación del propio azar. El destino en el eterno retorno es también la «bienvenida» del azar: «Hago hervir en mi olla todo lo que es azar. Y hasta que el azar no está cocido y a punto, no le deseo la bienvenida para hacer de él mi alimento. Y en verdad, mucho azar se ha acercado a mí como dueño: pero mi voluntad le ha hablado más imperiosamente todavía, y ya estaba arrodillado delante mío y suplicándome - me suplicaba darle asilo y cordial acogida, y me hablaba de modo adulador: tenlo en cuenta, Zarathustra, sólo hay un amigo que venga así a casa de un amigo». Esto quiere decir: hay muchos fragmentos del azar que pretenden valer por sí mismos; se amparan en su probabilidad, cada uno solicita del jugador varias tiradas; repartidos en varias tiradas, convertidos en simples probabilidades, los fragmentos del azar son esclavos que quieren hablar como señores; pero Zarathustra sabe que no es así como hay que jugar, ni dejar jugar; al contrario, hay que afirmar todo el azar de un golpe (es decir, hacerlo hervir y cocer como el jugador que calienta los dados en sus manos), para reunir todos los fragmentos y para afirmar el número que no es probable, sino fatal y necesario: sólo entonces es el azar un amigo que va a ver a su amigo, y que éste hace volver, un amigo del destino del que el propio destino asegura el eterno retorno como tal. En un texto más oscuro, repleto de significación histórica, Nietzsche escribe: «El caos universal, que excluye cualquier actividad de carácter final, no se contradice con la idea del ciclo; porque esta idea no es más que una necesidad irracional». Esto quiere decir: a menudo se han combinado el caos y el ciclo, el devenir y el eterno retorno, pero como si pusieran en juego dos términos opuestos. Así, para Platón, el devenir es en sí mismo un devenir ilimitado, un devenir loco, un devenir hybrico y culpable, que, para que adopte un movimiento circular debe sufrir la acción de un demiurgo que le doblegue por la fuerza, que le imponga el límite o el modelo de la idea: he aquí que el devenir o el caos son rechazados por parte de una causalidad mecánica oscura, y el ciclo llevado a una especie de finalidad que se impone desde fuera; el caos no subsiste en el ciclo; el ciclo expresa la forzada sumisión del devenir a una ley que no es la suya. Quizás únicamente Heráclito, incluso entre los presocráticos, sabía que el devenir no es «juzgado», que no puede serlo ni tiene ganas de serlo, que no recibe su ley de otra parte, que es «justo» y posee en sí mismo su propia ley. Únicamente Heráclito presintió que el caos y el ciclo no se oponían en nada. Y, en verdad, basta afirmar el caos (azar y no causalidad) para afirmar al mismo tiempo el número o la necesidad que lo proporciona (necesidad irracional y no finalidad). «No hubo primero un caos, y después, poco a poco, un movimiento regular y circular de todas las formas, al contrario: todo esto es eterno, sustraído al devenir; si alguna vez hubo un caos de fuerzas es que el caos era eterno y ha reaparecido en todos los ciclos.El movimiento circular no ha devenido, es la ley original, del mismo modo que la masa de fuerza es la ley original sin excepción, sin infracción posible. Todo devenir acontece en el interior del ciclo y de la masa de fuerza». Se comprende que Nietzsche no reconociese de ninguna manera su idea del eterno retorno en sus antiguos predecesores. Éstos no veían en el eterno retorno el ser del devenir como tal, lo uno de lo múltiple, es decir, el número necesario, surgido necesariamente de todo el azar. Veían en él incluso lo contrario: una sumisión del devenir, una confesión de su injusticia y la expiación de esta injusticia. Excepto quizás Heráclito, no habían visto «la presencia de la ley en el devenir y del juego en la necesidad».










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